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Jue, Abr

Con sello de Mujer

Palabras con mamá

 La casa está ordenada sólo por donde se la ve, el living impecable, las cortinas lucen frescas y una fragancia de alhucemas se cuela por todas partes. Cherie mi gata, duerme en su cesta con moños rosas, hay en el ambiente una calma casi palpable. Es una hermosa tarde tibia de otoño, para disfrutar con mamá, espero ansiosa su llegada como cada vez que intuyo que va a venir a visitarme. El sol que se asoma por detrás de las ventanas, es como una pátina dorada sobre los muebles, que otorga esa sensación natural y única de confortable calidez.

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Las mujeres queremos un príncipe azul

Las mujeres preguntamos: “¿Y el padre, qué tiene que hacer? Porque el papá de mi hijo no hace lo que le corresponde mientras yo, madre abnegada, he dejado mi vida de lado para criar a este niño que -al fin y al cabo- es de ambos”. A partir de ahí, cataratas de quejas y de envidias, el mundo es injusto, las mujeres tenemos iguales derechos y los hombres sí que la pasan bien y son irresponsables.

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Los hombres son un mal necesario, al menos para hacer los arreglos de la casa

Suele ocurrir que justo pasa algo en casa cuando estamos sin pareja y completamente solas, es cuando se quema una lamparita, se rompe un cuerito, salta la térmica o se arruina el botón del baño. ¿Qué podemos hacer nosotras si nunca resolvimos este tipo de tareas porque siempre estuvimos con alguien?

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Nosotras – Un encuentro esperado después de años

 Nos debíamos un encuentro, como hace tanto tiempo no tenemos. Resulta tan difícil coordinar hoy nuestras vidas de mujeres profesionales y de familia, que siempre se posterga. Año tras año, cuando nos hablamos para los cumpleaños, o las fiestas va la frase: “tenemos que encontrarnos, juntarnos a tomar algo como antes, sin tiempo, sin reloj, sin celulares”. Hoy, llegó el día y lo quiero disfrutar pero a la vez poderlo ver desde otro lugar, otra vez ejercitando mi profesión de psicoanalista quiero ver y vernos, a nosotras mismas, eso me incluye a mí. Ver cómo somos hoy, recordando como éramos a los quince, cuando ese trío inseparable de amigas incondicionales brillaba de fiesta en fiesta, rompiendo adolescentes corazones.

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El cuerpo femenino enajenado

 Todo lo que suponemos que deberíamos ser, pensar o sentir, suele alojarse a mucha distancia de nuestro ser esencial. Y más lejos aún se instaura el supuesto ideal de cómo deberíamos ser físicamente. Somos altas o bajas, morenas o rubias, orientales o europeas, robustas o pequeñas. La verdadera reflexión apunta a comprender por qué no amamos eso que sí somos. Esos ojos que milagrosamente ven, esas pestañas que amablemente nos protegen, esos brazos que trabajan, esas uñas que resisten, esa piel que se expresa, ese cabello que baila el vals del viento, ese cuello que sostiene, esos pies que no se quejan, esos hombros que seducen, esa altura que vigila, esa voz que canta melodías o esas manos que acarician.

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