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Lun, Abr

Los años no vienen solos

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Los años no vienen solos, llegan con todo lo vivido. En general tendemos a abatirnos con el recuerdo de los momentos tristes, más aún cuando se actualizan. 

Darle mayor poder a las alegrías y resignificar con un manto de benevolencia las tristezas es una forma de activar los sentimientos de esperanza, de ilusión. Tenemos el DEBER de no perderlos o en todo caso, de volver a generarlos.

 Envejecemos de experiencias tristes, de heridas abiertas, de situaciones que creemos superadas hasta que algo ocurre y toca el recuerdo físico, psíquico y somático de hechos que resultaron traumáticos en el pasado.

Cuando nos volvemos a golpear, aunque parezca distinto, vuelve a doler en el mismo lugar. El dolor se concentra en torno a las viejas heridas que vuelven a sangrar. El nuevo dolor se siente como el retorno de todos los dolores anteriores, y entonces se agudiza. 

No es fácil curar las heridas, consecuencia de aquellas situaciones en las que fuimos perdiendo la inocencia; es probable que nunca cicatricen bien, que en algún momento se abran, que por sólo verlas o reencontrar en otras circunstancias aquello que nos arrebató las primeras grandes esperanzas, sobrevenga un dolor profundo.

La inocencia del "no saber", del pensamiento "mágico" de la infancia está perdida; pero la posibilidad de crear nuevas formas de ser feliz -y encontrar un significado particular para la felicidad- sólo puede venir con los años y la experiencia.

Además es la fórmula anti-age más potente (de adentro hacia afuera): calma el alma, la tonifica, la nutre, la protege, la eleva y la deja dispuesta a revitalizar un cuerpo que existe sólo en el presente. La mente tiende a ubicarnos en el imaginario del tiempo pasado y en el también imaginario tiempo futuro. Así vamos nostálgicos desperdiciando presente, perdidos entre dos tiempos que no existieron nunca en el ahora y que no existirán jamás.

No envejecemos tan fácil si nuestro tiempo siempre es HOY; si con cada despertar nos planteamos el desafío de volver a nacer, de confiar, de cuidar el patrimonio logrado de los afectos y no rematarlo ante cualquier frustración generada por nuestras expectativas e intereses "no coincidentes" con el accionar de los otros. Más aún si no los hemos comunicado. DEBEMOS pedir lo que necesitamos, comunicarnos, saber escuchar y hacer el esfuerzo por comprender.  

Comprender no es fácil. Muchas veces se subestima esta capacidad. Muchos la detentamos sin tener en cuenta que se pierde muy fácilmente cuando el otro nos muestra con su comportamiento, su felicidad o su sufrimiento aquello que no queremos ver de nosotros mismos en ese "coincidente" momento.

El amor surge pero sólo se mantiene en la reconstrucción conjunta. Se enriquece con cada nueva experiencia compartida, nos rescata, nos amplía con cada crisis superada, con cada diferencia dirimida o "simplemente" respetada; con cada desencuentro encontrado a destiempo, pero rescatado al fin de la pesada mochila de los malos entendidos, las imposibilidades y los desengaños.

No envejecemos tan rápido si el "hoy" es vivido como una sucesión de "ahora mismo en este instante". 

Eso sí: no podemos solos. De nada sirve intentar realizarnos individualmente desarticulados de los demás. La posibilidad de ser y hacer, el disfrute siempre viene en el compartir con otros, lo cual plantea el desafío de las relaciones.

La individuación es un proceso necesario en el ser humano en desarrollo y fundamental para la vida adulta. El individualismo es la forma que adquiere con los años una individuación no lograda, que refleja el temor o la imposibilidad de ser con el otro - y no a través del otro, fusionado al otro o sin el otro - lo cual no es fácil y mucho menos se da de una vez y para siempre.

Colaboremos en hacer del presente un lugar más habitable para todos, en encontrar la distancia correcta para darnos el calor del amor que todos necesitamos sin lastimarnos con nuestras estructurales púas. Intentar cortarlas nos quitaría nuestra esencia, nuestra condición humana y, con ello, todas nuestras potencialidades. Negarlas o no registrar nunca las dolorosas punzadas que podemos dar (y darnos) con nuestros movimientos, nos aleja de la armonía y genera sufrimiento.

Se plantea un dilema fundamental entre la necesidad de unión y el instinto gregario.  En todos los casos, las relaciones - con uno mismo y con los demás - son siempre dilemáticas. Necesitamos estar unidos a la vez que separados por la distancia "adecuada". Hay que encontrarla, es diferente en cada vínculo. Implica el respeto hacia uno mismo y hacia el otro.

Los problemas en todas las relaciones, son siempre problemas de distancias.