Desarrollar el arte de vivir, muchas veces comienza por aprender a narrarse las vivencias más cotidianas de un modo distinto. Haciendo foco en los aprendizajes, las oportunidades, la gente buena, el amor, las posibilidades y la belleza, pero sin desestimar la oscuridad, porque ella es parte del todo al que pertenecemos y que, incluso, nos contiene con lo que es, con lo que hay.
Es la oscuridad la que nos hace reflexionar, profundizar, comprender; la que nos potencia y nos indica por dónde mejorar.
Esa modificación en el relato, transforma lo que generamos, la percepción y las consecuencias en la vida misma.
No hay verdades absolutas o universales. El mundo puede ser muy grande o nosotros muy pequeños o al revés, o ambas cosas. La vida es eso que nos decimos que pasa entre lo que acontece y lo que aparentemente acontece.
Darle a la vida todo lo que vinimos a dar, y estar dispuestos a ver, valorar y aceptar lo que nos fue dando. La vida es como es, y no como debería ser para cada uno de nosotros.
Además, ¿Qué es la vida sino una confluencia de historias que valen la pena ser contadas?