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Jue, Mar

SOS Psicólogo de vacaciones

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 Comenzó enero y son muchas las personas que deciden irse de vacaciones. De algunas ni nos afecta su partida, pero de otras no queremos ni pensar que se van un sólo instante. El psicólogo es una de ellas. Y es, en ese momento, en que nos damos cuenta de cómo lo necesitamos.

Una cosa es ser una la abandónica y dejar el tratamiento cuando las papas queman, se consolida el insight, o cuando la plata no alcanza para ningún honorario, pero otra muy distinta es cuando el licenciado anuncia su partida. El enunciado en cuestión, generalmente se hace casi al finalizar la sesión.

Con cara de circunspecto, al mismo tiempo que alcanza un pañuelo descartable, comunica que a partir del lunes se toma un receso de treinta días. Mientras nuestro cerebro resetea, para calmar los ánimos, nos dice: "cualquier emergencia o urgencia me llamás o me mandás un mail. Recalcando lo de urgencia o emergencia con todo fervor.

Terminada la sesión, quedamos al borde de un ataque de nervios, y a la tutela de nuestras amigas al borde del suicidio colectivo. Y ésto recién empieza.

Ya las vemos, complotándose y organizándose por nuestra salud mental, que no tiene la ayuda profesional debida. Ante la inminencia de cualquier arrebato de locura, haciendo barricadas frente al atropello a la razón y ante las incontinencias emociales que suelen aquejar, y sobre todo, aquejarlos. Saben que nuestro psicólogo nos enseña a mantenerlas a raya, mientras ensayamos una vida normal, pero sin él, mmmm...sonamos.

Mientras hacemos un bollito con el pañuelo, aparece nuestro monólogo interior que se titula: ¡Sonamos! El psicólogo se va de vaciones y ahora qué hago?

Realmente es justo y necesario por su poder mental y su salvación que se tome unos días de descanso. Ahora, ¿es intrínsecamente necesario que se lleve junto a su valija, mi amor platónico, mi brújula de la cordura y mi archi única opción de sentido de común?

Mientras caminamos hacia la puerta de salida de su consultorio, como si transitáramos los últimos metros del cadalso, él se libera de nuestra pobre alma dejándonos un grillete de obsesiones. Abatidas, como enamoradas a las que dejan plantadas, respiramos hondo y le decimos: "Felices vacaciones, que la pases bien".

Ël sonríe, ameno, sabiendo de memoria lo que callamos. Partimos así, despechadas, gritando en silencio: "Mi psicólogo se fue de vacaciones!!! ¿Y ahora quién podrá ayudarme?

Y con el rouge, del rojo más furioso que tenemos, marcamos, enfáticamente como el presidiario en el calendario, los días, en cuenta regresiva, que faltan para su regreso.

Ahí queda la marca rabiosa de nuestra dependencia, más transferencia mediante, y ahora ¿qué se podrá hacer?