En los tiempos que corren y con las circunstancias excepcionales que nos tocan atravesar se habla de reinventarse, no como opción, sino como necesidad. Si de un día para el otro el mundo cambió, suena coherente que quienes lo habitamos acompañemos ese cambio, pero: ¿es tan simple?, ¿depende exclusivamente de nuestra voluntad?, ¿siempre podemos?
Quizás con prejuicio, propio y ajeno, si estamos transitando la madurez y la vejez, una primera mirada determina que no es tan fácil la adaptación a los cambios y caemos en el pensamiento que la alternativa más factible sea la quietud, y que ella determine una más abarcativa, que atraviese también emocionalmente.
Sin embargo, enfocarse en las posibilidades que brinda esta coyuntura no significa negar la realidad, por el contrario, es poder reconocerla en forma total y no sesgada por una mirada negativa. Desde el counseling acompañamos procesos tendientes a desarrollar las potencialidades de las personas y éstas no están determinadas por la edad y más allá de contextos, que indudablemente se tornaron desfavorables, la autonomía y autoconsciencia es la que permite seguir desarrollándonos independientemente de la cantidad de años que tengamos.
Mucho de lo que hoy limita excede pandemias y cuarentenas, es posible que ya nos acompañara a lo largo de nuestra vida, pero se hace más notable en este momento, que puede ser una oportunidad de repensarnos, sea cual sea nuestra edad.
Este paréntesis obligado en las actividades cotidianas permite tomar distancia para, quizás, descubrir que ya no queremos volver a nuestra antigua normalidad, sino a otra nueva, construida en base a nuestros deseos y motivaciones que, con sorpresa, podemos redescubrir durante esta etapa.
Es posible que ayude a transitar la certeza que proyectar no es un atributo exclusivo de la juventud y que nunca es tarde para escucharse, prestarse atención y actuar en consecuencia. Puede ser un ejercicio estimulante evaluar una por una aquellas actividades que forman parte del día a día y en estos momentos en los que se dificulta realizarlas, descubrir que no producían bienestar y, de este modo, dejarlas de lado y reemplazarlas por nuevas.
No se trata de negar la edad, sino de aceptarla teniendo en cuenta sus aspectos positivos, que los hay, y muchos. Las obligaciones laborales y de crianza ya no demandan tiempo, no se depende de calendarios escolares para planificar, las actividades ajenas no determinan las propias, aumenta el tiempo libre y con él las posibilidades de hacer aquello largamente relegado, por citar algunas de las ventajas.
Más allá de las circunstancias presentes y de la cantidad de años cumplidos, hay un futuro que se puede proyectar y moldear para que la vejez pueda ser vivida intensamente, se puede barajar y dar de nuevo aprovechando este paréntesis que puede ser el inicio de algo mejor.