Los hombres pasan, las amigas quedan

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 Cuando sufrimos por amor, discutimos con los hijos, tenemos problemas laborales o familiares, nos sentimos desconsoladas y pasamos noches sin dormir, a puro llanto y pensando cuándo volverá a ser todo como antes, aparecen en escena las amigas. Ellas están y estarán siempre para escucharnos, no importa la hora.

 

Cuando el insomnio se apodera de nosotras, llamamos a una amiga, la despertamos, y le pedimos si podemos ir a su casa para hablar hasta que amanezca. Es ella y solamente ella, la que nos hace desistir de ponerle una yarará en la cama de nuestra pareja o de darle un té, al mejor estilo Yiya Murano, (la envenenadora de maridos). Y después de todo el odio vomitado, habiendo zamarreado a nuestra amiga para que no se duerma, volvemos a casa cual ángeles, asumiendo que seguimos enamoradas de pies a cabeza de él. 

También es ella y no otra, la que nos convence, ipso facto, y encuentra las palabras justas, para hacernos dimitir de nuestra intención, visceral, de querer aniquilar a nuestro niño después de la última travesura. La que con palabras elegidas y cuidadosas, se toma el trabajo y nos dice que no vale la pena, a pesar de todo lo que nos costó sacarlo del horno de la cocina donde se había escondido, jugando a las escondidas con nuestros nervios. 

También esta gran amiga nos hace la gamba cuando pedimos por favor, imploramos, rogamos silencio, para concentrarnos en nuestro trabajo, y el más chiquito, prende todos sus juguetes a pila y a cuerda al lado de nuestras orejas, la gata maúlla por un gato y su comida, que finalmente no come. 

Y sigue la misión amistosa, invocando nuestra piedad para que no hagamos un asesinato en masa.

Nuestra hermana por elección, pasa la noche en vela con nosotras, preparando un millón de té de tilo,  porque nuestra hija adolescente empieza a salir y vuelve a la hora que quiere. Y no, precisamente, dentro del horario en que se le ha concedido el permiso.

Después de sostenerme toda la noche para que no llame a la policía, ni a los hospitales, rastreando a  la malcriada, hace lo posible para que la madre con los nervios hiper destruidos, o sea yo: su amiga del alma, no destroce a su propia hija apenas ésta toque el timbre con su mejor cara de pobre angelito y de “yo no fui” o “fue sin querer queriendo”. Controla mis latidos y me corrobora que hace millones de miles de años que no me tomo la presión. 

Claro que está de más anticipar, que mi amiga también conoce la ira del padre de mi hija, o sea mi ex, que todavía concibe a la adolescente, jugando a las “barbies” y que si se entera de sus salidas nos aniquila a ambas y a nuestra amiga también, dicho sea de paso.

Ergo, es inconcebible pensar en una mujer sin su amiga del alma.  Novios, esposos, amantes oficiales y de los otros, están enterados que una mujer tiene una sombra indeclinable: su mejor amiga. A ella le contamos todo, reverendamente todo, y hasta con lujos de detalles. 

Es la única que ha sabido entrar en acción cuando nos quisimos sacar de encima a algún pesado en algún boliche. La que nos hizo la bienvenida de divorciada en un club de hombres nudistas bailando muy sensualmente para mujeres. La que se entusiasma con la dieta y nos quiere contagiar a toda costa; aunque nuestra ansiedad nos lleve de las narices a la heladera. La que cuando cambia sus horarios, de nocturna a vespertina, es férrea entusiasta de levantarse de madrugada, tan sólo porque descubrió las bondades de un trabajo fijo que le consiguió su novio y quiere contagiarme a toda costa.  Olvidándose que, mientras el intruso de su novio no existía, ambas teníamos en común un despertar de después de ir a bailar de miércoles a domingos, con lo cual antes del mediodía nadie sabía de nuestra existencia.  Lo que hace un novio.   

La amistad femenina por lo tanto es una relación entrañable en la que hay una complicidad que no se haya en ninguna otra relación. Las hay mayores, a las cuales les pedimos consejos que a veces seguimos y otras guardamos para no menospreciar la ayuda.  Las hay de edades pareja a la nuestra, con esa nos peleamos y reconciliamos todo el tiempo.  Y están las más chicas, las que nos piden consejo para hacer precisamente todo lo contrario a lo que le decimos y terminan consultando a la bruja de cabecera. 

Pero eso sí, no hay mujer que se precie de tal que no cuente en su haber con una o más, amigas del alma, apta para cualquier tipo de confesiones y a cualquier hora.