Tener cierto control de lo que pasa en nuestras vidas es positivo; planificar determinadas cosas como estudiar para prepararnos para el futuro, elegir trabajar en aquello que deseamos, ordenar la agenda para optimizar el tiempo, tener organizadas nuestras finanzas, etc. En definitiva, es importante poder decidir qué es lo que queremos y esforzarnos por conseguirlo.
Encontrar el equilibrio, entre manejar distintas situaciones y poder disfrutar del momento es lo saludable, pero hay personas que tienen una necesidad insaciable de controlar todo constantemente, perdiendo tiempo y energía en cosas insignificantes, centrándose en la búsqueda de la perfección y el orden, en vez de enfocarse en el logro de objetivos relevantes y en el placer de vivir.
Esta compulsión de manejar y controlar el mundo circundante posiblemente provenga de la vulnerabilidad del ser humano y de su imposibilidad de garantizar su propia existencia; es decir, por no tener la seguridad de estar a salvo ni poder dominar su vida frente a una naturaleza muchas veces despiadada.
Vivimos permanentemente en incertidumbre, no sabemos qué es lo que viene ni qué nos va a ocurrir; no podemos tener certeza del futuro, ni siquiera del inmediato. Tomamos decisiones en función de lo que creemos que va a pasar, pero no en función de lo que va a pasar porque nadie lo sabe.
Tal vez, esa imposibilidad de controlar nuestra propia existencia, la desplacemos a aquellas situaciones insignificantes de la vida diaria que sí podemos dominar como el orden, la limpieza, el intento de perfección en la realización de tareas en el hogar o en el trabajo.
Este mecanismo compulsivo e indirecto que busca darnos certidumbre en nuestras vidas nos deja siempre vacíos, nos lleva a un círculo vicioso sin fin, en el que la realidad nos dobla el dado y aunque tratemos de controlar cada vez más tareas y cosas, siempre aparecen nuevas, la ansiedad en vez de disminuir aumenta, haciendo que la sensación de seguridad pase a ser un espejismo que, cuando creemos que estamos por alcanzar, se disipa en el horizonte frente a nuestros ojos.
Es necesario entender que la búsqueda de control de nuestras vidas es sólo una ilusión. El sentimiento omnipotente del hombre de creer que puede solucionar y dirigir todo no es más que una fantasía, que rápidamente se esfuma al chocar con la realidad.
Cuando comprendamos que no todo depende de nosotras, cuando entendamos que controlar minuciosamente las cosas cotidianas no nos brinda seguridad ni certidumbre, cuando aceptemos la finitud y bajemos la omnipotencia, podremos enfocarnos en disfrutar la vida y en tratar de alcanzar objetivos relevantes, sabiendo que tenemos mucho para aportar en el proceso, pero que hay una parte que está fuera de nuestro control.
La falta de garantías sobre nuestro destino no implica quedarnos de brazos cruzados viendo qué nos depara la vida. Utilizar al máximo nuestras capacidades para lograr propósitos realmente importantes sin olvidarnos de disfrutar el camino no asegura la victoria, pero aumenta muchísimo las posibilidades de alcanzarlos.