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Jue, Mar

Anemia en la mujer

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La anemia es considerada una enfermedad oculta y silenciosa. Su aparición es lenta y progresiva, lo que hace que la mayoría de las veces no presente síntomas, porque el cuerpo se va adaptando a ella.

 Las causas de anemia pueden dividirse en nutricionales, por pérdidas de sangre, por enfermedades crónicas y por hemólisis (rotura o estallido de glóbulos rojos).  

Las de origen nutricional están relacionadas con la ingesta inadecuada de hierro por dietas deficientes, muchas veces para perder peso, o por incorrecta absorción en el intestino. Se las llama ferropénicas por la falta de hierro. La anemia nutricional también puede ocurrir por déficit de la ingesta o absorción de ácido fólico, llamada megaloblástica. 

La anemia ferropénica se produce cuando hay una disminución de la cantidad total de hierro del organismo que es aproximadamente de 3 a 4 grs. Inicialmente se reducen los depósitos y luego comienza a limitarse la producción de hemoglobina. 

En la mujer en edad fértil es muy frecuente este tipo de anemia, debido a una pérdida de sangre menstrual más abundante que lo habitual. Al ser de lenta instalación, la paciente presenta muy pocos síntomas hasta que los valores hematológicos son muy bajos. Por eso, en estos casos la mujer debe ser indagada sobre sus ciclos menstruales. De todos modos, no debe omitirse el estudio del tubo digestivo en busca de pérdidas. Por ejemplo, debe indagarse el color de la materia fecal. La melena, sangrado de la parte alta del tubo digestivo, produce deposiciones de color negro como alquitrán. La mujer anticoagulada, y la costumbre de usar indiscriminadamente aspirina, pueden ser sus causas. 

Los síntomas más comunes de la anemia son: cansancio, debilidad, sueño excesivo, falta de concentración y memoria, irritabilidad,  palidez y sequedad de la piel, caída del cabello, uñas quebradizas, palpitaciones, dolores de cabeza, hormigueo en piernas y manos, desmayos, dificultades respiratorias. Como se ve, pueden ser confundidos con los de otras enfermedades o situaciones. 

La prevención comienza con una dieta balanceada y completa. La buena nutrición es fundamental y se recomienda agregar alimentos ricos en vitaminas y minerales como carnes rojas, hígado, pollo, pescados, legumbres, cereales y pan enriquecidos con hierro, papas, zanahorias, tomate, brócoli, almendras y mariscos. 

El hierro que proviene de fuente animal, es mejor absorbido que el que obtenemos de las plantas. La vitamina C ayuda también a su absorción por lo que se recomienda tomar jugos de frutas cítricas y evitar antiácidos, té negro y café con cafeína, ya que estos elementos interfieren con la absorción de hierro en el aparato digestivo (en el caso de ingerir estas infusiones, tratar de hacerlo alejado de las comidas). 

Si se requiere la suplementación de ácido fólico debe indicarse el consumo de hongos, vegetales de hoja verde, hígado, huevos, leche y frutas cítricas. Éstas deberán consumirse naturales y los vegetales cocinados livianamente porque el calor destruye el ácido fólico. 

Pero el profesional puede también optar por prescribir la toma de hierro en forma preventiva.