Los trastornos alimentarios nos preocupan a todos, como profesionales, como padres y como parte de la sociedad. Reconocemos que las obsesiones son malas, las que muestran su crudo costado sin disfraces y también aquellas que engañan haciéndose pasar por hábitos saludables. ¿Quién puede discutir que la bulimina y la anorexia son perjudiciales? Ahora, ¿es la ortorexia una manera mala de relacionarse con la comida? Este tipo de preguntas empiezan a ocupar espacio en nuestras reflexiones. Encontrar qué es lo que expresan estas conductas parece ser el punto de partida para responderlas.
La clave es que en los trastornos alimentarios no solo está alterada la conducta al comer, si no que la relación con la comida es una expresión de una alteración de las conductas sociales.
En individuos que resultan extremadamente suceptibles a la opinión de los otros, que no han desarrollado adecuadamente las herramientas necesarias para comunicarse con otros o no manejan la intuición suficiente para entender qué piensa el otro o qué opina el otro verdaderamente el problema es una alteración de la conducta social.
Tratan de entender cuál es la opinión que los otros tienen de ellos pero al no poseer las herramientas para descubrirlo se concentran en la atención sobre el propio cuerpo retirándola de la actividad social que le resulta tan difícil. De esta manera, evitan una perturbación ocupándose exageradamente de su propio cuerpo. La sociedad es cómplice de promover la idea de que ser más delgada implica tener más éxito (lo que a su vez implica tener más aceptación social).
Este mismo mecanismo aparece en personas con tendencia a la impulsividad, que tampoco tienen una gran autoestima.
Las personas impulsivas tienden a hacer una reflexión a posteriori de los hechos, y actuar así les impide construir su vida, lo que los lleva a aislarse. Son esos mini fracasos emocionales sumados, nuevamente, al discurso predominante en la sociedad en el que solo las personas flacas son exitosas, los que complican esta forma de patología. En este tipo de conductas también recaen quienes por excesivo racionalismo, por ejemplo en el caso del Trastorno Obsesivo Compulsivo se vuelven hiperracionalistas en las relaciones sociales. Todas estas manifestaciones facilitan el desarrollo de los trastornos alimentarios.
En las patologías siempre existe un patrón social de mala comunicación: quien se comunica mal con la comida también se comunica mal socialmente. Es decir que es una persona a la que le cuesta vincularse socialmente y que antepone las reglas a los objetivos, porque de esa manera siente que controla una situación, a pesar de que tiene mucho miedo, y que no se puede desempeñar con fluidez.
Entonces, esta patología alimentaria se transforma en una manera de esconder dificultades sociales y de adaptación. Estas personas piensan más de lo que sienten, y son esclavas de sus propias organizaciones, porque es su manera de sentir que tienen control sobre algo.
Por eso siempre es primordial buscar ayuda con profesionales idóneos.