El bebito sepia de plastimasa

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 Así te vi en aquella captura de imagen construida a través de la técnica de ultrasonido que tu madre me mostró alrededor de las treinta y tantas semanas de embarazo. Fue un día de intensa preparación, hubo varios espectadores que vinieron a la intromisión de la eco 4d. Mientras el trasductor buscaba fervientemente tu cara, vos pusiste resistencia y te tapaste muchas veces. Tu madre tuvo que esperar un rato y volver a intentarlo por recomendación del ecografista al que se le estaban acumulando embarazadas afuera de la sala.

 

A la salida del gran evento se imprimieron varias copias de esa carita tuya medio aplastada, no se sabe bien contra qué. Las fotos pasaron a viralizarse entre las redes sociales de toda la familia y amigos y, hasta incluso, amigos de amigos que ni conocían a tus padres pero que igual hacían comentarios. Hubo llaveros, carcazas de smartphones y algunas otras enmarcadas en diferentes estantes familiares. Tu madrina mandó a sublimar una remera que aún hoy sigue usando. Tu abuela materna te puso de fondo de pantalla. Imponente impronta de arranque.

Era asombroso leer los comentarios de todos tremendamente ansiosos por verte. Muchos describían las ganas incontenibles de malcriarte y mirarte y tenerte a upa. Eran mensajes prometedores de mucha actividad en torno a vos, a tu crecimiento y al acompañamiento muy de cerca de todas tus necesidades. Yo ya sospechaba que no se cumplirían ni la mitad de todas esas promesas.

Miré la foto y el gran despliegue que tu madre hizo con ella e intenté resguardar ese instante como tratando de congelar las intenciones de todos por un par de meses más. Quería hacer un estudio minucioso comparativo de lo que son capaces de esbozar algunos personajes familiares con lo que realmente iban a hacer luego de la tan esperada llegada.

¿Por qué hay gente que ofrece lo que no sabe si puede dar?

Esta pregunta se me cruzaba por la cabeza mientras hacía un repaso de mis propias vivencias. Gracias a esto pude comprender que lo vivido puede ser un enorme estímulo conductor al cambio, a la búsqueda de lo que faltó. Pienso a la vez en toda esa gente que se cuelga de su historia trastabillada para justificar su tránsito conflictuado por la vida.

Parecía falta de sensibilidad de mi parte, pero te confirmo que quedé anonadada de observar cómo la gente se movilizaba por una imagen de una carita de bebé que parece moldeada por un niño de jardín de infantes en plastimasa. Foto de bebé color sepia y fondo negro, nada más alejado de la realidad. Nadie queda conforme con sólo haberse metido en un espacio íntimo y contemplar lo que fue provisto espontáneamente. Estas mismas intromisiones y atropellos se trasladan más tarde, la dignidad y el respeto se pierden a través de la jerarquía mal ejercida por algunos adultos.

Te aclaro ahora, que ya naciste, que a mí no me conmovió en absoluto esa primera imagen tuya. Yo ya tenía en mi cabeza otra que no estaba absolutamente definida en rasgos, pero de todos modos me daba mucha ternura y me hacía sentir más cerca. Armada desde un sentimiento, no desde un contorno. Te imaginaba con mis manos, con mi olfato y con mis oídos, pero no con mis ojos.

Siempre dije que la previa es para prepararse no para pretender estar ahí, en lo que viene luego. El embarazo es un período breve e intenso. Cuando la gente la pasa por alto e intenta situarse en lo que viene después desconoce que se pierde una gran parte de la preparación emocional pero, sobre todo, la preparación necesaria para poder enseñarle a un hijo a esperar.

En la previa nadie queda en evidencia, todos están contentos y eufóricos. Es después el momento en el que vemos la genuina voluntad de participar en la vida de esta personita. La persona más importante, porque con ella tenemos que conseguir ordenar todo lo que nadie ordenó con nosotros, y para eso nos ayudará.

Desafortunadamente pude confirmar todo lo que sospechaba, el ombligo de algunos adultos es muchísimo más grande que el de un bebé.

Continué tomando imágenes capturadas en mi memoria y haciendo el cotejo con todas aquellas palabras lindas y promesas tranquilizadoras.

Sedientos de verte estaban en aquella ocasión. De calmar esa ansiedad que les generabas con tu existencia. Nada que ver con vos, no era para vos la visita, era para ellos.

Los días pasan y las noches comienzan a dibujarle a tu bella madre unas nubes oscuras alrededor de los ojos y con su lluvia se inunda su paciencia. El desfile de gente sigue. Parece que hubieran sacado entradas de platea preferencial. Llegan sin hacer cola, se sientan, observan, disfrutan y se van. Tu madre aún no ha comprendido que ser anfitriona no es compatible con maternidad temprana. Se lo digo pero aún no consigo que me escuche. No te preocupes, yo tomo la posta sin que ella se dé cuenta, no quiero herir su amor propio, sólo quiero pensar en que si ella está bien eso te beneficia a vos.

No puedo hacer mucho más que atesorar todo esto para cuando seas más grande. Esperar con paciencia y sabiduría el momento en el que vos también hagas este recorrido y tener la posibilidad de acompañarte silenciosamente. Así como acompaño a tu madre a quien nadie le dio permiso para mostrarse vulnerable, porque creció en una sociedad llena de parámetros de eficiencia y autonomía. No te preocupes, estamos armando una generación menos crítica y más hospitalaria. No será para vos, sino para tus hijos o tal vez tus nietos.