Sexualidad conciente

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A todos nos interesa hablar sobre la sexualidad pero estamos en ascuas. Es lo mismo que hablar sobre el amor: nos interesa pero somos mayoritariamente ignorantes. Respecto a la sexualidad tenemos un malentendido moderno: creemos que tener una sexualidad genital activa nos coloca en una buena posición, suponiendo que “nos hemos liberado de la represión de nuestros padres o abuelos”.  

Es posible que ya no sostengamos la falsa moral represiva ni que nos interese la monogamia o la fidelidad sexual dentro del matrimonio, o que la virginidad en las mujeres haya dejado de ser un atributo positivo. Pero esto no nos garantiza experiencias libres, es decir experiencias conectadas y trascendentes respecto a la sexualidad.

 

¿Cómo saber cuál es nuestra realidad? Revisando la propia biografía humana y detectando los niveles de soledad, desamparo y desprotección durante nuestra primera infancia. ¿Por qué es necesario revisar eso? Porque tenemos que saber de qué nivel de desprotección provenimos para sospechar qué mecanismos de supervivencia hemos implementado.

 

Si hemos adoptado el personaje de rebelde frente a nuestros padres represivos, y el modo en que hemos desplegado nuestra rebeldía ha sido teniendo una sexualidad activa con muchos partenaires diferentes, es posible que eso nos haya servido en algunos aspectos y que hayamos podido explorar fronteras que estaban vedadas dentro de nuestra cultura familiar. Eso puede haber sido positivo. Pero no nos garantiza una sexualidad conectada, que nos trascienda. Y si no nos trasciende, si no nos cambia, si no nos modifica interiormente, es falsa.

 

¿Qué podemos hacer? Empezar por el principio. Ingresar en nuestra propia historia hasta tocar el dolor, tocar el cuerpo físico y emocional, tocar las fibras y recuperar la humanidad que vibra en cada uno de nosotros. Es preciso que sepamos en qué condiciones hemos nacido, cuál fue nuestra realidad cotidiana cada día y cada noche durante nuestra primera infancia. Tenemos que abordar con valentía y lucidez la reconstrucción de nuestras percepciones desde los ojos del niño que hemos sido. Tenemos que percibir el grado de desamparo, de falta de cuerpo, de falta de caricias y de comprensión que hemos experimentado por parte de los adultos que nos han criado. Y, por supuesto, también tendremos que reconocer cuáles han sido nuestros recursos para sobrevivir. Entonces sí, quizás estemos en condiciones de observar nuestra sexualidad adulta desde el punto de vista de la fusión emocional con un otro.

 

Quizás las mujeres seamos capaces de registrar por primera vez, los latidos de nuestros úteros, único lugar donde efectivamente se produce el orgasmo y desde donde se propaga sobre la totalidad el cuerpo femenino. Quizás sólo entonces tengamos noción sobre los alcances de la sexualidad, porque nos harán vibrar en una sintonía superior. Y los varones, quizás, desplieguen una capacidad de resonancia nunca antes imaginada, que poco tiene que ver con destrezas físicas y mucho con perder el miedo a perderse en el otro.

 

Es probable que el despliegue de una sexualidad conectada, es decir generosa, fusional, entregada y sublime sea posible sólo cuando “toquemos” al niño herido y estemos dispuestos a acariciarlo para resarcirnos. Entonces tal vez estemos en condiciones de vivir cada instante, cada pulso, cada respiración en total sintonía con nuestro ser esencial. A partir de ese momento el contacto afectivo, amoroso, sexual o verbal con otro será tan fácil y tan espontáneo como respirar.