El precursor del vegetarianismo pensó una dieta que tenía como objetivo lograr una mejor calidad de vida. Sabores y emociones se entrecruzan con estados de ánimo y efectos corporales. Una dieta que está más vigente que nunca, y que comprende al ser humano de manera integral.
La emoción es energía en movimiento, lo más relacionado con el espíritu, y el sabor es algo “sentido” por el organismo, por las papilas gustativas, desde la materia de los alimentos. Por lo tanto, hay una íntima conexión entre las emociones y los sabores. Hoy reconocemos que nuestra química cerebral puede responder con el movimiento de mayor o menor cantidad de neurotransmisores, según los sabores que capta, o incluso que demanda el cerebro.