Se termina el año ¿Cómo hacer nuestros balances?

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Se acercan los últimos momentos del año, queremos mirar hacia atrás, algunas veces nos sorprendemos, otras nos lamentamos y otras tantas nos alegramos al comprobar los alcances, la situación en la que nos encontramos y la relación que existe entre aquello que soñamos y deseamos y la realidad.

 

 Es época de balance. Percibimos al tiempo que transcurre en ciclos, necesitamos evaluar y analizar lo que acontece en términos de finales y comienzos. Este concepto de alguna manera nos condiciona y nos alivia. El ciclo de un año nos permite planificar en pro de nuestros proyectos, es un tiempo prudencial, para ver a dónde se llegó, cuál fue el camino recorrido, qué hicimos con los obstáculos, y cuáles fueron nuestros logros. Esto nos atañe en cualquier orden de nuestra vida, sea lo vincular y afectivo, lo laboral o de crecimiento personal, lo social, etc..

Cuando estamos en la recta final muchas veces sentimos que, “la suerte está echada”, sin embargo, este punto es en donde no nos tenemos que olvidar que el tiempo es una constante que no se interrumpe y que en nuestra vida, vamos transitando esa línea temporal durante nuestra existencia. Es en este punto, donde es necesario recordar que más allá de lo propuesto, hay procesos que llevan su propio ciclo.

¿Hacer balance a fin de año, suma o resta?

Lo que suma o resta es la manera en que miramos el balance.

Cuando la evaluación consiste en enjuiciarnos en relación a los fracasos o los triunfos, y calificarnos favorable o negativamente nos tendemos una trampa que no nos puede dejar encasilladas en una creencia de nosotras mismas. Esto sin duda, condiciona la posibilidad de generar los cambios necesarios para una mejora o sostén.

A su vez, cuando nos sentimos confundidas para decidir por dónde y cómo seguir, podemos mirar hacia atrás para ver cómo llegamos hasta aquí. Es necesario intentar reconocer aciertos y errores, para luego afianzar unos y desechar a los otros. El balance es un chequeo en el camino que nos lleva a poner la mirada en el horizonte, pero con una percepción realista de lo que se tiene para continuar y el trayecto que nos falta recorrer. Entonces, es recomendable visualizar algunos conceptos haciéndonos algunas preguntas: ¿me doy cuenta del por qué de los resultados?, ¿estoy en condiciones y cuento con lo que necesito para llegar a mis objetivos?, ¿identifico lo errado?, ¿puedo cambiar, reparar y fortalecerme a partir de las equivocaciones?, ¿puedo ver mis capacidades y aumentarlas?, ¿me animo a más?

La idea del final y el comienzo

Cada vez que algo se termina, sin duda se abre la puerta de lo nuevo. Algunas veces eso nos preocupa, nos trae el sabor de lo incierto, la tristeza de lo perdido, la certeza de lo que ya no tenemos, otras tantas veces y algunas, como consecuencia de las primeras, nos trae sentimientos de esperanza, de nuevos aires, de nuevas obligaciones o afrontamientos, nos trae nuevas acomodaciones o nuevas realidades.

Acomodarse, adaptarse, flexibilizarse frente a lo que nos acontece, garantiza los procesos de cambio.

Hay dentro de nuestros balances cambios que podemos haber generado, pero también hay cambios que nos atraviesan, deseados o no, pero que necesitamos aceptar y afrontar.

Cada vez que se apagan los motores de una etapa, se encienden los de una que está comenzando, y precisamente esa es la continuidad del tiempo que vivimos.

¿Cuándo el balance siempre da positivo?

Cuando más allá de los logros podemos valorar la experiencia vivida.

Cuando podemos evaluar en términos de aprendizajes.

Cuando sentimos que hemos podido aceptar lo que no alcanzamos y afrontar las decisiones que tomemos en relación a eso.

Cuando nos damos cuenta que podemos transitar nuestro dolor y tenernos paciencia en el recupero y fortalecimiento.

Cuando nos percibimos en la alegría que nos produce aceptar quiénes somos, y cuánto valemos.

Cuando podemos apreciar la vida y nuestra vida para valorar estar y ser cada día.