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Mié, Abr

La actitud meditacional

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 Meditar es mucho más que una práctica concreta de desarrollo mental, no es sólo sentarse a profundizar o vivenciar dolores durante un tiempo estipulado. Si bien realizar esta práctica es imprescindible, meditar es una actitud, es mantener la conciencia alerta, la armonía, la ecuanimidad.

Se medita si estamos atentas a la palabra, a los pensamientos, a los actos, si frenamos las contaminaciones de la mente, si observamos con atención, si indagamos en nuestra profunda naturaleza.

Se realiza esta práctica en cualquier circunstancia que se presente, en quietud o en acción, así se va entrenando la mente superior, la supraconciencia, la capacidad de percepción más allá de lo aparente, para que esté más despierta.

Podés dedicarte a tus profundidades o captar todo lo que sucede a tu alrededor. Por eso con la meditación empezás a comprender, a obtener los resultados de esas condiciones que están poniendo para hacer posible el glorioso fluir de la Sabiduría.

Comenzás a comprender que la única posibilidad de satisfacción está en el mundo interior y no en el exterior, que el más auténtico maestro está en nuestra naturaleza original, que cuando perdés el ego ganás la Totalidad, que el ser humano debe evolucionar conscientemente y no mecánicamente, que nos movemos frenéticamente hacia el placer y que huimos del dolor y que ésto condiciona absolutamente toda nuestra existencia, que debe haber una dimensión más allá de esa dinámica que sea precisamente la ausencia de placer-dolor y por tanto el florecimiento de la plenitud, que el ego es una proyección, una falsa identidad, y que meditando, iremos descubriendo nuestra propia realidad, que es otra que la realidad del ego.

Es decir que meditamos para despojarnos del ego, para desenmascararlo, y así poder descubrir nuestra verdadera personalidad.