Tengo novio ¿y ahora qué hago?

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Dicen que el amor es un sueño eterno pero lo que no te dicen es que te la pasás diciendo que querés conocer a alguien y que cuando finalmente estás en pareja, ya no te interesa tanto. En principio el término “novio” resulta bastante vago. Y no lo digo solo porque fueran vagos mis novios (una cosa no quita a la otra) sino porque dentro del conjunto de hombres a los que llamamos novios hay muchas diferencias. “Hola ¿qué tal?, te presento a Pedro, mi sociedad-de-sexo-con-obligaciones-familiares” muchas veces hubiera sido un término que se ajustaba mejor a la realidad.

 

Lo  primero  que  hay  que  saber es que, en un noviazgo promedio, al menos una vez por mes mirás a tu pareja y pensás: ¿qué hago yo con este idiota? Lo segundo que tenemos que plantearnos es: por qué una Mujer Alfa tiene novio. Algunos dirán cosas como que “el consolador no te abraza”, y yo les voy a decir que algunos novios tampoco. La diferencia es que el vibrador no come papas fritas en la cama, ni la llena de migas, ni se limpia la grasa en las sábanas. El vibrador empieza y termina exactamente cuando vos querés y no cambia de posición justo en ese momento. Además al vibrador no le importa si estás depilada o no; y si te molesta le sacás las pilas y lo metés en un cajón. Cuando tenés un novio no te dan un número de atención al cliente para devolverlo.

Es que hay una característica de las Mujeres Alfa que resulta insoportable: somos controladoras y nos encanta poner reglas. Al principio son pedidos amables, pero cuando nos damos cuenta que funciona y que nos dan bolilla, un ser demoníaco se apodera de nosotras y entonces tornamos una relación hermosa, relajada y repleta de risas en una cárcel insoportable que odiamos a pesar de haberla construido con nuestras propias manos.

Culpo en parte al uso de la palabra “novio”, como condicionante. Novio = no-vió. ¿Quién es un novio entonces? Un hombre que nunca ve nada y con el cual se suceden las siguientes conversaciones:

Ella: ¿Viste cómo te trataba de levantar esa mina?

Él: No, no vi.

Ella: ¿Viste cómo me trata la turra de tu hermana?

Él: No, no vi.

Las novias nos convertimos entonces en los ojos de nuestros novios y estamos seguras que nuestro deber es ayudarlos a ser menos ellos. Dentro de nuestras cabezas, para el hombre el mundo es plano: no hay nada más que lo que está frente a sus narices, no hay matices y casi que no hay ironía ni dobles sentidos. Por eso estamos seguras que somos nosotras quienes les tenemos que mostrar las cosas tal cual son.

No siempre fui así. Antes de tener novio y crear todas estas reglas, yo era una persona feliz y no sé cómo terminé encarcelada en esta vida, pero se me hizo tristemente evidente durante una historia casi mínima. Tenía una de esas semanas donde todo lo que él hacía me caía mal; y el pobre hombre, tratando de remontar la situación o, quizás, para estar en un entorno seguro y rodeado de testigos, me invitó a mi lugar preferido para un almuerzo de domingo relajado. Como ya saben, hay algo muy importante en mi vida, y eso es la comida. Pero dentro de la comida también hay algo muy importante para mi vida, y es el chocolate.

Soy de esas personas para las cuales la comida es una excusa para el postre así que lo primero que hago es evaluar esa parte de la carta y había un postre que parecía tener mi nombre por lo que me pedí cualquier cosa para comer sólo para guardar suficiente espacio en mi estómago. La comida pasó rápido y a mí lo único que me importaba era llegar a la hora del dulce. Cuando lo pedí mi futuro ex novio me miró levantando una ceja, quizás recordando las pilas de postres dietéticos que había comprado unas horas antes y que debían estar riéndose de mí desde la heladera, pero su instinto de supervivencia le aconsejó no emitir palabra.

Finalmente llegó la camarera con mi postre, y ahí estaba, tan rico, tan suculento, tan apetitoso. Mi felicidad no tenía límites, mis mejillas se sonrojaron de puro deleite, la sonrisa me llenaba la cara, me empecé a mover inquieta en la silla y hasta aplaudía de pura emoción. Lo recibí como si me entregaran el Martín Fierro a la elección de sobremesa. Mi novio indignado me dijo: “Conmigo nunca te pusiste tan contenta”. Y una carcajada explotó en la boca de la camarera.

En ese preciso momento me di cuenta que en algún punto del camino me había alejado del placer de la vida. Mientras era soltera comía directamente de la bandeja del delivery, lavaba los platos los domingos, entraba al auto de mi amiga por la ventanilla y volvía arrastrando los tacos con extraños menjunjes pegados a  las suelas y, de repente, resultó que era una obsesiva de la limpieza y el orden.

La famosa teoría del Censo que dice que hay más mujeres que hombres nos hace creer que, a medida que pasan los años, nuestras posibilidades de tener una pareja disminuyen. A la teoría del censo se agrega la consumista, que dice que los mejores productos ya están vendidos y que tendremos que conformarnos con la resaca de lo que alguna vez fue el mercado de hombres, o tratar de mantener esto que tenemos con todas nuestras fuerzas.

Las reglas eternas que van desde la tapa del inodoro hasta cómo guardar la ropa en el placard nos dan un aire de falsa tranquilidad, porque dan como resultado la pareja perfecta, con una relación libre de conflictos y compartiendo una casa impecable. Claro está que estas reglas solo pueden reproducir un modelo de pareja externo, formado por lo que otros dicen que debería ser. ¿Y si ese modelo no nos representa?

¿Y si, como observó mi ex novio, mi único momento de tranquila felicidad es frente a un postre de chocolate? Entonces, una vez más preferimos estar solas porque “¡este tipo es un desastre!”.

Por eso chicas, este fin de año volvamos a pensar qué queremos nosotras realmente de nuestras vidas, pero no la vida de mentira que se muestra en Facebook con fotos donde estamos a los besos o posando durante un viaje, sino la vida que tenemos puertas adentro, cuando no miramos el celular cada cinco minutos y no hay una cámara registrando un momento supuestamente perfecto.

Lleguemos a fin de año sabiendo que no somos perfectas, pero que sí somos auténticas.