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Mié, Abr

La dislexia continúa siendo invisible

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Thomas Edison, al igual que otras grandes personalidades de la historia como Albert Einstein, Winston Churchill o Steve Jobs – por sólo nombrar algunos- fueron considerados "mentalmente lentos" o "problemáticos" en el ámbito escolar, etiquetas que, al desconocer una dificultad en la adquisición correcta de la palabra leída y no reconocer a estas personas como disléxicos, no sólo las privó de las herramientas necesarias para un aprendizaje exitoso sino que, sobre todo, signó a esta etapa de la vida con angustia y soledad.

 

La persona disléxica es un individuo sano que ha sido debidamente estimulado y que posee un coeficiente intelectual normal o alto. Se estima que 2 ó 3 alumnos por clase son disléxicos, siendo  la más frecuente de las Dificultades Específicas del Aprendizaje (DEA) con una incidencia en la población del 15%, y si bien afecta a la persona durante toda su vida, es fundamental que se atiendan las necesidades específicas a edades tempranas, durante los primeros años de escolaridad, para no comprometer el éxito académico: "Si un niño no habla de manera adecuada y no es atendido para que pueda superar sus dificultades antes del inicio del aprendizaje de la lectura y escritura, será un alumno en riesgo de presentar una dificultad específica de aprendizaje: sus posibilidades de fracaso escolar serán difíciles de compensar y su compromiso emocional será una limitante en sus logros para toda la vida", explica Isabel Galli de Pampliega, Dra. en Fonoaudiología.

La dislexia (Dys=dificultad; Lexis=palabra) radica en una deficiencia en el componente fonológico del lenguaje, que dificulta la adquisición de la lectura en forma fluida, exacta y automatizada. Generalmente, se encuentra asociada también a la dificultad en la adquisición de la palabra escrita (disgrafía), a la presencia de errores ortográficos (disortografía), a la dificultad para la realización de cálculos matemáticos (discalculia) y, en menor medida, a la recepción, comprensión y expresión del lenguaje hablado (Trastorno Específico del Lenguaje -TEL-).

Dentro del aula, y en un sistema educativo centrado en la lecto-escritura, estas dificultades se ponen de manifiesto: "La dislexia no es una dificultad que no pueda ser reconocida a edades tempranas, sólo se requiere estar formado para ello y entender cómo se adquiere el lenguaje. Quienes nos hemos especializado en estas áreas podremos adecuar los contenidos a las reales posibilidades de cada alumno, reconociendo que todo ser humano tiene fortalezas y debilidades y que, con pequeñas adecuaciones, las personas con dislexia pueden acceder al conocimiento sin problemas", manifiesta la profesional.

"No me expongas a leer en voz alta sin avisarme", una de las demandas más frecuentes de los disléxicos, según informa DISFAM, y que sintetiza el temor y estrés que esta actividad supone para ellos. Sin embargo, muchas veces la falta de conocimientos sobre las DEA o las propias dificultades de la institución escolar para trabajar de manera individualizada con los alumnos, exponen a los disléxicos a situaciones angustiantes: "El temor al fracaso es una dificultad que lentifica el aprender. Un niño que confía en sus logros, no se verá limitado frente a nuevos aprendizajes. En cambio, un adolescente que se ha sentido frustrado durante muchos años de la escolaridad, puede haber generado conductas defensivas que le dificultaron sobrellevar sus necesidades específicas", dice la especialista y agrega: "El no entender por qué se fracasa y por qué nadie se hace cargo de lo que ocurre genera desconcierto y una gran incertidumbre, que dificulta el reconocer cuál es el camino adecuado para alcanzar el éxito."

Contemplar, por ejemplo, que el niño con dislexia utiliza tres veces más de tiempo que sus compañeros para leer requiere no sólo imaginar otros métodos de evaluación que no lo exponga a estas situaciones que les resultan vergonzosas y estresantes, sino también, desechar las etiquetas que suelen aplicarse en estos casos: "Los propios docentes tildan de vagos a los alumnos o los consideran problemáticos y perturbadores dentro del aula. Pero la dificultad para leer, que se asocia frecuentemente con la dificultad para escribir y hablar, compromete siempre e indefectiblemente la atención: la falta de atención es consecuencia de la dislexia y no la causa de su dificultad lectora; los alumnos disléxicos se cansan más rápido porque realizar una tarea les supone cinco veces más de energía que a sus compañeros. Copiar del pizarrón, por ejemplo, es una actividad agotadora para ellos", desarrolla Isabel Galli de Pampliega.

La asociación DISFAM (Dislexia y Familia) nos comparte algunas de las frases que constantemente se repiten en los consultorios:

-No soy ni tonta ni vaga, sólo necesito que la gente lo entienda.

-Cuando los adultos valoran mis logros, me dan ganas de seguir esforzándome.

-Si me das más tiempo, puedo demostrar que soy capaz de terminar mis trabajos.

- A veces prefiero no participar en clase porque tengo terror a equivocarme.

 -Siempre antes de un examen me siento muy mal porque sé que mi autoestima está en juego y si la pierdo es mi único sostén.

-Muchas veces no quiero ir al colegio por miedo a cómo será el día, si me van a tomar algo, si me van a hacer leer, si voy a tener que participar en grupo, y eso me genera ansiedad y angustia.

-Me lastima que se rían de mí por no saber leer como mis otros amigos, o por mi fea letra.

-Cuando tengo que leer en vos alta me pongo nerviosa y empiezo a toser para ganar tiempo e interpretar la palabra que sigue. Y por momentos se me mueven las letras en las hojas.

-Escondo mis notas por vergüenza. A veces escribo con muy mala letra para que no se den cuenta si cometí errores de ortografía, si puse una C o una S o una Z, una B o una V, etc...

-Me da mucha bronca estudiar tanto y nunca poder sacarme un diez.

 -Odio confundirme con la plata, la hora, los meses del año, los días la semana, la izquierda y la derecha. Odio no saber cuándo usar por ejemplo: porque o por qué, valla o vaya, baca o vaca, nesecito o necesito. No importa la cantidad de veces que las escriba y me lo expliquen, mi cabeza no puede retenerlo.

-Saber que soy disléxica me alivió mucho, sobretodo porque finalmente entendí que no soy tonta, y entendí por qué todo me cuesta mucho más que a mis amigos. Sólo me gustaría que ellos lo pudieran entender y así poder ayudar a los otros chicos como yo.

-Me cansa mucho copiar del pizarrón. Cada palabra tengo que mirarla muchas veces para escribirla en mi cuaderno.

 Entre el 23 y el 24 de septiembre, se llevará a cabo el IIº Congreso Argentino e Iberoamericano de Dislexia y DEA en el Centro de Convenciones Arturo Frondizi (Vicente López).

Para mayor información: http://www.disfam.com.ar