Taoísmo: el canto a la liberación

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El taoísmo se centra sobre el aspecto cero, sobre la naturaleza misma. Nosotros, tan pequeños e insignificantes, tan débiles y efímeros, osamos empujar el universo, manipularlo, manejarlo, coaccionarlo, someterlo a nuestros deseos y caprichos. En cambio, el verdadero taoísta se abandona a lo que es, no se opone a nada, no rechaza ni retiene, se deja llevar, se une a la corriente dinámica y cambiante y participa y forma parte de todos sus movimientos.

No hay ninguna posibilidad de una mente serena porque la naturaleza de la mente lo impide. Una mente serena representaría una contradicción porque la verdadera serenidad permanente, sobreviene cuando la mente se ha evaporado y la mente forma parte del Tao. La verdadera paz, la calma real, sobreviene cuando toda perturbación ha cesado. Tal es el sumergirse en el Tao para los taoístas.  

El taoísmo es una forma diferente de tratar el deseo, en él no hay deseo alguno porque éste implica algo que no está completo, pero en realidad la obra ya está realizada, ya somos, el Universo ya es. Por eso no tratemos de hacer lo imposible, esto debe abandonarse porque genera frustración, sí hay que disfrutar de lo posible, de lo cotidiano, encontrando la máxima dicha absortos en lo trivial, hallando el Tao en todo proceso.  

Hay que dejar que todo ocurra sin intervenir, relajarse, soltarse, fluir con lo que es, siguiendo las leyes naturales. La no acción de los taoístas expresa la más elevada comprensión del orden y la armonía,  y de la fusión y cooperación de su voluntad con la voluntad del Tao, del Todo.  

El verdadero practicante del taoísmo para lograr la serenidad empieza por observar la mecánica del universo, comprendiendo cuál es su propia dimensión y función dentro del mismo y acabando por abandonar la voluntad egoísta y la vanidad. Así, consigue el enfoque no dualista, cuyo logro pone fin a todo dolor. 

El sufrimiento o aquello que altera la serenidad es la resistencia ante lo que es. Resistir al cambio o a lo que no cambia es sufrir, luchar contra lo que es, es sufrir. Para el taoísmo el universo está en permanente cambio y reajuste. Cada cosa es interdependiente y conectada, no podemos atraer ni rechazar a los acontecimientos. La iluminación es no resistir la marcha de las cosas, no adelantarse ni retrasarse, unirse con el todo, ser lo que uno es, estar con lo que está en cada sitio y momento. Así es la liberación. Hay que librarse de la falsa idea de autonomía porque sólo el Tao es autónomo hace y deshace sus propias leyes. Pero no dice cómo transformarse, no es técnica, sino una solución, el camino y la meta.   

El taoísmo es un canto a la liberación, es el canto de los que han trascendido. Uno debe abrir los ojos y ponerse a vivir sin miedo y sin preocupación. Tao es libertad, pero esta libertad significa una gran inseguridad desde el punto de vista del hombre que pertenece a una sociedad de consumo. 

Fluir con el Tao es soltarse de lo habitual y aventurarse en lo desconocido. El hombre intenta controlar, manejar, manipular o gobernar y sólo abandonando por completo la vanidad de creernos más de lo que somos, podemos hallar la dicha de ser lo que somos.