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Mar, Abr

¿Vemos al mundo como somos, y somos como vemos al mundo?

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¿Nuestras creencias condicionan lo que vemos y lo que nos pasa? ¿Nuestros modelos mentales influyen en nuestras emociones y estados de ánimo? 

Por la autoridad que nos damos a nosotros mismos, tenemos la tendencia a creer que lo que observamos del mundo es la realidad. Esa tendencia puede generarnos mucha angustia, y suele ser causa de penurias y dolor en lo personal y profesional.

Lo que observamos e interpretamos pasa por el filtro de nuestras creencias, y éstas condicionarán lo que vemos y lo que nos pasa, generando las emociones que nos predispondrán para la acción. Estas acciones tendrán el sello de nuestra mirada y estarán afectando lo que nos sucede a diario en la vida.

Solemos juzgar lo que nos pasa, ya que es la manera en que vivimos y pensamos. Pero ¿tenemos juicios o los juicios nos tienen a nosotros? Cuando contamos lo que nos pasa, muchas veces lo hacemos desde la búsqueda de afecto o apoyo de quienes nos rodean, y esto también afecta la observación de los que escuchan.

Así no facilitamos la posibilidad de encontrar una salida o cambio de observador porque, por lo menos en el relato, estamos en manos de la suerte o del destino, sin poder ser parte de la solución ni del problema.

Si desarrollamos la capacidad para distinguir, a partir de nuestras creencias, cuáles son los juicios que nos abren o nos cierran posibilidades, podremos elegir cómo accionar ante lo que nos pasa. Y esto nos dará la posibilidad de elegir ser mejores personas.

Modelos mentales y emociones

Las creencias funcionan como filtros, que, según el tipo, harán que accionemos o reaccionemos de una manera o de otra, y determinarán nuestra forma de estar siendo.

Es sabido que la emoción nos predispone para la acción, pero existe un proceso previo que es la interpretación de lo que nos pasa, y está ligada directamente con nuestras creencias y el apego que sentimos por ellas.

Si pudiéramos distinguir que el estímulo pasa por nuestros modelos mentales, y que éstos componen nuestras emociones y luego nuestras acciones, podríamos elegir qué interpretación nos cierra o nos abre posibilidades para manejarnos de manera funcional.

Es cierto que no podemos manipular ni ser responsables de las emociones que sentimos, pero sí de las creencias que tenemos y de los estados de ánimo que nos disparan. Las creencias intervendrán en nuestras emociones y, en consecuencia, en nuestros estados de ánimo.

Cuando sentimos emociones recurrentes como enojo, miedo, angustia, etc., podemos convertirlas en funcionales. Esto significa que nos abran posibilidades, distinguiendo nuestras creencias previas y así tener a nuestros estados de ánimo como aliados para que nos acompañen en la búsqueda de resultados más eficaces.

¿Cómo distinguir si nuestras emociones son afectadas por nuestras creencias? Podemos observar desde dónde accionamos cuando algo nos pasa. Será nuestro observador quien determinará cómo vamos a procesar el evento, y este observador estará compuesto por todo lo que hemos aprendido hasta el momento.

El lenguaje no es inocente

Si cambiamos nuestro lenguaje, y agregamos y dejamos de lado ciertas frases y palabras, podremos transformar nuestro mundo. Por ejemplo, palabras como “todos, ninguno, uno, tal vez, tratar, intentar”, etc., forman parte de relatos que nos condicionan como víctimas, y hacen que situemos el poder en el afuera, imposibilitándonos formar parte de la solución. Es decir que ya desde nuestro discurso, no nos consideramos parte del problema.

Cuando decimos “uno” en vez de “a mí”, estamos eludiendo nuestra responsabilidad ante lo que somos o hacemos y, de esta forma, coartamos el poder que tenemos para obtener los resultados deseados.

Nuestros compromisos no manifiestan fortaleza ante frases como “voy a intentar” o “voy a tratar”. Y esto incluye tanto al afuera, a quienes nos escuchan, como a nosotros mismos, que nos escuchamos todo el tiempo.

Como el lenguaje no es inocente, cada palabra que decimos tiene un peso, que abre o cierra posibilidades, en el contexto en el que la pronunciemos. Por consiguiente, si queremos cambiar nuestras creencias, modificar nuestro lenguaje puede ser la puerta hacia la transformación. De este modo, la comunicación efectiva nos permite, no sólo coordinar mejor las acciones con los demás, sino también con nosotros mismos.

La salida está en el otro

Podemos afirmar que “la salida está en el otro”, y que toda nueva creencia siempre vendrá desde afuera de nosotros, reemplazará a la anterior, y todo funcionará como si nunca hubiese existido. ¿Qué hay que tener en cuenta para que esto suceda?

  • Buscar ayuda y apoyo en el otro. Investigar afuera de nuestra mochila facilitará el inicio de la modificación de ciertas creencias que nos están cerrando posibilidades para el cambio.
  • Considerar que todos somos distintos observadores y cada uno de nosotros hemos crecido con creencias, tal vez similares, pero no idénticas.
  • Estar dispuestos a percibir que nuestra realidad no es la única, porque es una amenaza para mantener un diálogo con el otro, en el que se pueda discrepar y establecer los consensos necesarios.

Mantener un vínculo sano y coordinar acciones con el otro, como un legítimo otro. Esto implica tener un cambio de opiniones, pero no una discusión, basándonos en el respeto mutuo.